“Si quieres que tus hijos mantengan sus pies sobre la tierra, no olvides colocar algunas responsabilidades sobre sus hombros.” 

“Cada vez que un niño es impedido en su desarrollo por el mundo adulto, cada vez que el niño es mimado para evitarle una frustración, se le está condenando”. 

Ambas frases me llevan a la siguiente reflexión:

Se sabe que la madurez se adquiere con el paso del tiempo, en los niños, esto se refiere a la adquisición de habilidades, hábitos y destrezas que los niños van adquiriendo desde temprana edad en casa, a través de las vivencias familiares.

Una habilidad que demuestra madurez en el niño es la tolerancia a la frustración y actualmente los padres no están entrenando a sus hijos en este aspecto. De hecho, me parece que algunos padres de familia no fueron entrenados y de ahí que no toleran la frustración de sus hijos porque no son capaces de manejar la suya propia, así que, con tal de no aguantar un berrinche, ceden a los caprichos de sus hijos, y dejan de lado la responsabilidad que tienen como adultos y padres.

Si bien es cierto que la frustración nos provoca emociones negativas, es cierto también que cuando adquirimos el dominio o la contención de esas emociones, es entonces cuando podemos reflexionar, pensar y tomar decisiones con sano juicio y darle a la frustración una utilidad.

Nuestra sociedad ha cambiado como siempre han cambiado las generaciones. Pero me parece que estamos en un momento en el que es urgente que retomemos el sano juicio. Es ahora tan común escuchar de demandas, juicios, manifestaciones y toda clase de actos violentos con la justificación de ser escuchados. Lo que necesitamos es escuchar con atención antes de reaccionar solamente. Muchos quieren que las cosas se hagan a su gusto y son renuentes a acatar reglas, disposiciones, normas establecidas. Siempre hay recursos para apelar, cuando se es víctima de un abuso, pero la violencia no es el mejor de los recursos.

Nuestras emociones han estado siempre dentro de nosotros y nos fueron dadas para nuestra auto protección, para podernos expresar. Nacemos con la posibilidad de expresar alegría, tristeza, coraje, miedo, amor. Sin embargo, la madurez implica el tomar el reconocimiento y control de ellas para expresarlas de manera sana, auténtica sin desbordarlas. 

Vamos a trabajar con nuestra frustración y volvernos más tolerantes, más pacientes, más empáticos, más amorosos. Nuestros hijos podrán madurar si somos constantes con los hábitos, empáticos con sus sentimientos, pero siempre orientándolos hacia el análisis y la reflexión para que por ellos mismos descubran y encuentren sus respuestas, para que sean resilientes. 

Debemos enseñar con el ejemplo, así que cada quien sabrá la formación que quiere que sus hijos adquieran desde su cuna. Procurar siempre la práctica de los valores y principios de los que se habla en casa. El niño aprende lo que vive, no lo que solamente escucha. 

 

 

 

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